En esta sociedad de consumo, ciencia y tecnología en que vivimos, parecería un tanto extraño volver a pensar en la función educadora que antes se le asignaba al hogar. En realidad este enfoque nunca debiera haberse olvidado. La comprensión de semejante descuido y la necesidad de retomar aquella misión olvidada, están dando lugar a determinadas concepciones locales para la reconsideración del papel y la importancia de la función educadora del hogar.
Si fijamos nuestra atención en los hogares modernos, observamos con asombro cómo van perdiendo día a día las cualidades que hasta hace poco les eran intrínsecas. Cada vez son más los hogares que pierden el calor de la compañía fundada en el hermoso cimiento del amor, el respeto y la consideración entre sus integrantes, para transformarse en algo que podría parecerse más a un hotel.
Es posible observar en las familias de nuestros días la acción de una fuerza centrífuga que está trasladando a la sociedad, cada vez con mayor intensidad, las responsabilidades específicas que son patrimonio exclusivo de los padres. ¿Cuáles son los efectos de éste proceso? No es necesario describirlos detalladamente. Basta con recorrer las calles de las ciudades para encontrarlos a cada paso.
Pero volvamos a la idea originadora de esta columna para preguntarnos: ¿Puede ser el hogar una escuela para los niños, adolecentes y jóvenes que forman parte de él? La respuesta debería ser una rotunda afirmación, porque es en su seno donde comienza la primera y más importante etapa de la educación de los hijos, la que comprende los primeros años de vida y determina, en gran medida, lo que cada uno llegará a ser en el futuro. Más tarde su tarea formadora será acompañada por la acción de las instituciones educativas, que proporcionarán a los niños, adolescentes y jóvenes la información necesaria para llegar a desempeñarse en alguna actividad requerida por la sociedad.
En búsqueda del fin de la educación del hogar
Así destacada y resaltada la importancia ineludible que tiene el hogar como agente educador de las nuevas generaciones, surge la necesidad de preguntarse: ¿Cuál debiera ser el fin de la educación a brindarse en esta primera esxuela?
Podemos encontrar la respuesta a este interrogante en la siguiente afirmación de Elena de White: «El mundo no necesita tanto hombres de gran intelecto como de carácter noble… La edificación del carácter es la obra más importante que jamás haya sido confiada a los seres humanos y nunca antes ha sido su estudio diligente tan importante como ahora«. En otras palabras, desde el nacimiento y durante todo el tiempo que los hijos permanezcan en el hogar, los padres han de esforzarse por orientarlos para que ellos puedan reunir aquellas cualidades psíquicas de más alto valor, que les conferirán un carácter equilibrado en todo sentido.
La acción educadora de los padres debiera estar dirigida a detecar y orientar las manifestaciones que demuestren la presencia de rasgos negativos en el carácter de sus hijos. Frecuentemente los niños pugnan por imponer su voluntad para alcanzar lo que no los beneficia. Muchos no pueden dominar su genio demasiado apasionado; otros se oponen a respetar las leyes que ordenan sus funciones vitales con el fin de satisfacer deseos pasajeros.
«Un buen carácter es un capital de más valor que el oro y la plata… La integridad, la firmeza y la perseverancia son cualidades que todos deben procurar cultivar fervorosamente, porque inviten a su poseedor con un poder irresistible, un poder que lo hará fuerte para hacer el bien, fuerte para resistir el mal y para soportar las adversidades«. (White)
Por lo general, no todos los padres le asignan al desarrollo del carácter la misma importancia. Sin embargo, hay que destacar que para poder captar mejor la importancia de este fin de la educación impartida en el hogar, hay que comprender, en toda su dimensión, la realidad de que el hombre es un ser cuyo accionar esta siempre dirigido hacia algo o alguien que es diferente a si mismo, «hacia un sentido que cumplir u otro ser humano que encontrar, una causa a la cual servir o una persona a la cual amar. Tan sólo en la medida en que alguien vive esta autotrasendencia de la existencia humana, es auténticamente él mismo. Y deviene así, no preocupándose por la realización de sí mismo, sino olvidándose de sí mismo, concentrándose en algo o alguien situado fuera de sí mismo«. (Viktor Frankl)
En búsqueda de una pedagogía de la educación del hogar
Los padres muchas veces se preguntan qué pueden hacer para que sus hijos, que son los niños o los adolecentes de hoy, lleguen a conformar un carácter noble en medio de una sociedad que bombardea sus hogares con dificultades económicas, relaciones interpersonales conflictivas, mensajes culturales reñidos con los modos de vida de la familia, etc.
La primera sugerencia es fomentar la participación. Desde muy pequeños los chicos expresan su deseo de poder realizar los quehaceres hogareños de sus padres. Este interés hasta los lleva a pedir con insistencia que se les permita hacer cosas que muchas veces no están al alcance de sus posibilidades físicas e intelectuales.
Si los padres canalizan correctamente esta inclinación natural, permitiéndose realizar tareas adecuadas a sus condiciones, estarán fomentando el desarrollo del sentido de responsabilidad y a la vez estimulándolos a que se sientan parte activa en la vida familiar.
Los padres son un modelo que sus hijos imitan con gran facilidad. Ahí está el secreto de la escuela del hogar.
Otra propuesta es favorecer la cooperación en el hogar. Cooperar significa repartir tareas para hacerlas entre todos, unos con otros, compartiendo la responsabilidad por hacerlas lo mejor posible. Muchas veces los padres desestiman la capacidad de sus hijos para ayudarles a efectuar las tareas hogareñas, sea arreglando sus camas, barriendo el piso, cortando el césped o haciendo cualquier otro trabajo.
«En la educación que reciben los jóvenes en el hogar, el principio de la cooperación es valiosísimo… Hasta a los pequeñuelos debería eneseñárseles a compartir el trabajo diario y hacerles sentir que su ayuda es necesaria y apreciada. Los mayores deberían ser los ayudantes de sus padres, y participar en sus planes, responsabilidades y preocupaciones. Dediquen tiempo lo padres a la enseñanaza de sus hijos, háganles ver que aprecian su ayuda, desean su confianza y se gozan en su compañía, y los niños no serán tardos en responder«. (White)
En tercer lugar cabe mencionar el valor de la educación por el ejemplo. Los padres son un modelo que sus hijos imitan con gran facilidad. Este hecho resalta la importancia de manifestar una constante autenticidad en todolo que hagan, una coherencia absoluta entre sus palabras y sus actos, un permanente autodominio de sus rasgos negativos de carácter.
Con frecuencia los padres no se esmeran en pulir cualidades negativas de sus propios caracteres, las que seguramente serán aprendidas por sus hijos, produciendo efectos opuestos a los esperados por ellos.
Otro aspecto que ejerce una ifluencia decidida en el desarrollo del carácter es la responsabilidad que tienen los padres de ser continentes del comportamiento de sus hijos. Para llegar a ser efectivos contenedores de todo lo que ellos quieran y puedan realizar, tienen que fijar un espacio claramente delimitado por derechos y obligaciones -el derecho a la libertad de elegir, y la obligación de asumir las consecuencias de lo realizado roda vez que ellos traspasen los límites establecidos.
En cada hogar debieran haber «reglas de juego» basadas en el amor, claramente establecidas y totalmente compartidas, que fijen los límites dentro de los cuales los hijos pueden desenvolverse con entera libertad. No está demás enfatizar la importancia de este principio, ya que muchas veces los padres no son conscientes de la necesidad de poner límites. Otras veces éstos son establecidos con claridad, pero luego no se los respeta.
Con frecuencia se observan fracasos en este aspecto de la misión educadora del hogar porque implica pagar una cuota de sacrificio. Hay padres que no pueden soportar la tensión interior que les produce aplicar alguna sanción por las reglas que no fueron cumplidas. Otros llegan al extremo opuesto de adoptar constantemente actitudes condecendientes, en defensa permanente de sus hijos, sin darse cuenta de que están dañando el carácter de ellos para toda la vida.
En búsqueda de los educadores de la escuela del hogar
En esta escuela también hay docentes: los padres. La importancia de su misión educativa se desprende de lo mencionado anteriormente. Pero hay algo que todo padre y madre deben tener siempre presente: el carácter irremplazable de su tarea educativa. Ni la tecnología, ni los amigos, ni otros familiares, ni la escuela pueden sustituirlos.
Cada unos de los padres tiene que asumir con plena responsabilidad el compromiso contraído frente a Dios y la sociedad de velar incansablemente por la educación de sus hijos, pensando que ellos serán los padres del mañana, los que mantendrán en alto la antorcha de la educación de las generaciones futuras en el seno del hogar.
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